Chicos y chicas somos amados como somos, sin maquillaje. ¿Entienden esto? Y somos llamados por el nombre de cada uno de nosotros. No es un modo de decir, es Palabra de Dios (cf. Is 43,1; 2 Tm 1,9). Amigo, amiga, si Dios te llama por tu nombre significa que para Dios ninguno de nosotros es un número, es un rostro, es una cara, es un corazón.
Quisiera que cada uno vea una cosa: muchos hoy saben tu nombre, pero no te llaman por tu nombre. De hecho, tu nombre es conocido, aparece en las redes sociales, se elabora por algoritmos que le asocian gustos y preferencias. Pero todo esto no interpela tu unicidad, sino tu utilidad para los estudios de mercado.
Cuántos lobos se esconden detrás de sonrisas de falsa bondad, diciendo que saben quién sos, pero que no te quieren; insinúan que creen en ti y te prometen que vas a llegar a ser alguien, para después dejarte solo cuando ya no les interesas más. Y estas son las ilusiones de lo virtual y debemos estar atentos para no dejarnos engañar, porque muchas realidades que hoy nos atraen y prometen felicidad después se muestran por aquello que son: cosas vanas, pompas de jabón, cosas superfluas, cosas que no sirven, que nos dejan vacíos por dentro. Les digo una cosa, Jesús no es así. Él confía en ti, en cada uno de ustedes, en cada uno de nosotros, porque para Jesús cada uno de nosotros le importamos, cada uno de ustedes le importa y ese es Jesús.
Y por eso nosotros, su Iglesia, somos la comunidad de los que son llamados; no somos la comunidad de los que son mejores -no, sin duda que no, somos todos pecadores- pero somos llamados así como somos. Pensemos un poquito esto en el corazón, somos llamados como somos, con los problemas que tenemos, con las limitaciones que tenemos, con nuestra alegría desbordante, con nuestras ganas de ser mejores, con nuestras ganas de triunfar. Somos llamados como somos, piensen esto. Jesús me llama como soy, no como quisieras ser. Somos comunidad de hermanos y hermanas de Jesús, hijos e hijas del mismo Padre.